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Día Internacional del Flamenco. Cartagena, 16 de Noviembre de 2024

MUJER FLAMENCA, OBJETO DE PERVERSIÓN, SUJETO DE LIBERTAD

-La palabra flamenco contiene la libertad por partida doble, porque el flamenco y la flamenca son tipos de vida flamenca, libre y descarada, asocial y marginal. Y por eso, ellos cantaban y bailaban “a la manera flamenca”, libremente y sin normas, hasta llegar los flamencos a actuar en los cafés cantantes. Allí se profesionalizaron como artistas, naciendo con ellos, del género español, el género flamenco. 

En locales de vicio y mala vida, en sus pequeños escenarios en los que el público podía alcanzarla con las manos, la bailaora flamenca se ganaba malamente la vida, despreciada por los cantaores y acosada por el público y vituperada en los escritos como objeto de perversión. Entonces se enrocó sobre sí misma, cambió la zapatilla, gatuna y suave, por el tacón imperioso, se bailó el mantón y sometió a la cola. Aprendió a bailar para dentro, con su piel como límite. Y su baile se hizo jondo. Por eso decía Matilde Coral que para bailar género español le dieran un patio de armas, pero que para bailar flamenco le bastaba con una losa. 

-Salvador de Madariaga comparaba el baile de la mujer francesa, que nace inteligente de cielo en su cabeza, para descender, geométrico y minucioso, hasta sus pies, con el baile de la española, cuya energía nace fogosa de la tierra, para ascender hasta brotar en llamas en sus brazos y cabeza. Siendo ministro de la República, Madariaga llevó a un embajador europeo a ver bailar a Pastora Imperio. Luego escribió:

“…. ante la escena vacía, salió a la vista del público la Pastora, tal que parecía la Catedral de Sevilla…. con el brazo erguido y en alto como la Giralda…. Cómo podía transfigurarse aquella catedral de carne en una tempestad de fuego es uno de los secretos del baile español” 

-Ese poder sobre sí misma le venía a la flamenca de la gran tradición del imperio y libertad de la mujer hispana. Havelock Hellis, médico, sexólogo y activista social inglés de entre siglos, que publicó un libro titulado El alma de España, quedó sorprendido ante el comportamiento libre u espontáneo de la mujer española, cuya autonomía, decía, iba muy por delante de la feminista new woman, la nueva mujer europea de entre siglos, con una de las cuales estaba casado. Aseguraba  que la mujer hispana era ejemplo único de mujer fuerte, plena de “virtudes consideradas masculinas”, energía, templanza, coraje, decisión, entereza, estoicismo, patriotismo”. Demostrando ella que esas virtudes lo son del carácter, y no del sexo.  

-El primer imperativo de poner su libertad por encima de sus vidas lo simbolizan dos flamencas de España,Carmen, gitana negra muerta por su amante; Lola, gaditana blanca muerta por su cante.

Carmen era la perdición de los hombres. Porque ella nunca se enamora, por no entregar a ninguno su libertad. Por el contrario, los enamoraba para utilizarlos en su negocio y servicio. Como hizo con José. Pero lo arrojó de sí cuando se creyó su dueño y le coartaba su libertad. José no soportó ese abandono, y le suplicó, doliente, pero empuñando un cuchillo de los que llaman flamencos, que volviera. Ella sabía que si lo rechazaba, la mataría. Y lo aceptó: “Carmen nació “callí” y morirá “callí”. Puedes matarme, yo no te seguiré”. Morir por su libertad era tan grande pecado que ni el propio Mérimée que la creara se lo pudo perdonar.

Lola, la de los Puertos, fue una cantaora recreada como símbolo del alma nacional por Antonio Machado. Lola tenía hechuras de mujer hispana, hermosa, fuerte, independiente. Pero, antes que mujer, era cante. Y para seguir siéndolo, decide alejarse del hombre que amaba. La copla por siguiriyas “Una cantaora”, de Rafael de León y Quiroga, soberbiamente interpretada por Rocío Jurado en “La Lola se va a los Puertos”, pone ante nosotros la memoria arcaica, la autonomía y el gesto de imperiosa libertad de la mujer española, la que, colgando su pena “del palo mayor”, se va por la mar, que es el morir. 

-El imperativo de libertad conlleva el de dignidad, y, con la dignidad, la castidad: “Rara energía combativa de la mujer española, siempre casta en sus vigorosas acciones públicas”, escribió el ya citado Havelock Ellis. 

Así es. Digna, poderosa y casta, la bailaora flamenca jamás se exhibe, no se vende, no sexualiza su baile, ni en el vestido ni en la naturaleza de sus movimientos. La bailaora es libre e independiente respecto a su condición de mujer, y mientras baila demuestra que no es objeto de sumisión, sino sujeto de libertad.[1] Todos sus movimientos se vuelven hacia ella misma. La bailaora es poseída por su baile, en trance de posesión dichosa, como Pastora Galván, o de posesión trágica, como Carmen Amaya.  

Ya con más de 70 años, en un documental sobre su vida, la Chana, bailaora gitana catalana, decía que se asusta al verse en una película de cuando era joven, bailando de manera pura y salvaje, con el sudor bajando por toda la cara, el pelo enredado como sarmientos… Y añade que ella, al bailar, no piensa en su imagen, poseída por el compás que ha alcanzado. Está bailando allí, pero muy lejos del escenario, del público y de ella misma. Dice que cuando baila viaja a un lugar de pureza y libertad … “y allí improviso”, dueña de mi cuerpo y mi compás que controlo desde mi alma”.

-Los aplausos, ¿no te importan?, pregunta la entrevistadora. 

-No los oigo. Yo estoy regresando, cansada. Retomando poco a poco la realidad que me rodea. Exhausta y desconsolada por no haber alcanzado la perfección del compás a la que aspiro. [2]

LOS ROPAJES DE LA SUMISIÓN BAILADOS COMO OBJETOS DE LIBERACIÓN

La máxima expresión de libertad en el arte flamenco la da la bailaora, viéndola emerger de los opresivos ropajes de la sumisión. Los que somete a su arbitrio y los convierte en elementos de liberación con su arte. El mantón, la cola y los polisones ayudaban a mantener quieta y estática a la mujer. La moda siempre es ideológica conforme a los tiempos, aunque no reparamos en ello. Y la flamenca, poniéndose el estatismo decimonónico por montera, cambia la zapatilla de la bailarina de andar suave, sumiso y saltarín, por zapato de tacón fuerte y dominador. Golpeando con total poderío el suelo bajo sus pies, hasta vestir pantalón para más libertad de su taconeo imperioso. 

Además, se baila el mantón, lo moviliza desde su cuerpo y lo voltea en un baile liberador.

LA QUE SE QUITA EL MANTÓN

También se baila la cola, liberada de la jaula de los polisones. Se la taconea y se la suelta, se la rueda y se la amarra… se la abraza, se la enrosca, se la cuelga, la luce y la pasea… hasta que la arroja de sí con su enérgico pie y, despectiva, se la coloca, planchá, a sus pies

LA QUE SE BAILA LA COLA…

No digo que la mujer flamenca represente a la española, sino que el poderío y dominio tradicional de la mujer hispana alcanza su máxima expresión en el arte de la bailaora jonda como ninguna otra manifestación artística puede hacerlo. Toda la gestualidad del baile flamenco de mujer es de autonomía dominadora y desplante retador. Bailando sin danzar, ninguno de sus movimientos indica sumisión ni humildad

EL GESTO DE LO JONDO: IMPERIO Y LIBERTAD, SIN SUMISIÓN NI HUMILDAD

Y hasta cuando abandona el escenario firma y rubrica, dándonos la espalda insolente y la cabeza erguida, que ella es la que manda en su baile, donde culmina hecho arte el imperio y la libertad de la mujer española. 

Cuyo símbolo permanece en la memoria del baile de la Capitana, Carmen Amaya.

Página web: genesisgarcia.es

Canal Youtube: @genesisgarcia2084


[1] Nota sobre Miguel Akal, Merengue de Córdoba y su mujer, la bailaora flamenca Concha Calero.

[2] Gracias a Beatriz del Pozo, bailaora, pianista y musicóloga impulsora de este reportaje sobre La Chana.